La mariposa
–¡No aplastes la mariposa! –gritó ella con el arma aún humeante.
Él congeló la dura bota de cazador a un tris de aplastar al insecto iridiscente del tamaño de un plato.
Los dos vieron caer al brontosaurio y aplastar los helechos gigantescos. La cabeza perforada por el certero disparo aterrizó a su lado, pudieron ver como cerró sus antiguos ojos azules.
–Volvamos, que se cierra el portal –dijo el guía desde más adelante. Al regresar él y ella miraron a la mariposa inmóvil e intacta con cierto sentido de satisfacción.
La mariposa despertó. Voló por sobre el lago: estaba orgullosa de sus alas amarillas y negras. Bajo el sol de la primavera apenas recordaba el sueño donde estaba rodeada de altísima vegetación.